Nietzsche y el retorno de la metáfora

Pero, actuando así, se distingue del filósofo del conocimiento desesperado (der desperaten Erkenntnis),[49] que está impulsado por una ciencia ciega porque ésta quiere el saber a cualquier precio. El filósofo que restituye sus derechos al arte se convierte en el filósofo trágico, para quien se realiza la imagen de la existencia (das Bild des Daseins); de acuerdo con esta imagen, la metafísica no aparece sino como antropomórfica. Crítico del saber, el instinto del conocimiento (der Erkenntnistrieb) acude al servicio de la vida mejor.

La oposición entre el hombre teórico y el hombre intuitivo (que ahora podemos llamar «trágico») concluye la exposición de Nietzsche sobre la verdad y la mentira. Esta oposición ayuda a comprender cómo puede consolarnos el arte y llevarnos a una vida mejor. Todas las mentiras han sido desbaratadas, todas las ilusiones reconocidas, el filósofo tendrá ahora un mejor juicio sobre la existencia. El asunto del valor de la existencia se ha caído de las manos de los filósofos con Sócrates; retorna a ellos por medio del arte. Claro que el filósofo «debe reconocer lo que hace falta» y el artista «crearlo» (schaffen), en ambos casos se precisa de fuerzas-artistas prodigiosas (ungeheure künstlerische Kräfte) para combatir al adversario de la ciencia socrática. La tarea del filósofo es, en todo caso, poner el acento sobre el problema de la existencia.

Para Nietzsche, es el valor de la existencia misma lo que está en juego. Desde el comienzo de su obra ya se deja sentado el problema: el arte no es un hecho al margen de la vida cuya seriedad existencial pueda dejarse de lado.[46]