Si el actual papado, entonces, es una invención resultante de los procesos y vectores que confluyen desde finales del siglo XIX, cabe preguntarse: ¿qué queda del papado tradicional? La respuesta hasta cierto punto es sencilla. Queda un corpus doctrinal amplio y variado; quedan, también, unas referencias culturales tan extensas en el tiempo y un patrimonio artístico tan amplio que constituyen posiblemente el mayor núcleo cultural del planeta; queda, además, una estética, unos signos visibles que identifican al papado y que hunden sus raíces en siglos de tradición. Pero nada de lo anterior nos remitiría al papado de no ser por la existencia de una institución con la capacidad, primero, de apropiarse de tal cantidad de patrimonio cultural, y, segundo, de custodiarlo e imponer una interpretación sobre el mismo como hoy en día ocurre, más allá de las tensiones y enfrentamientos entre sus diferentes sectores y tendencias.