Siempre tuve una extraña fascinación por los lugares. De niño me gustaba salir a andar en bicicleta y perderme en barrios desconocidos, guiado por la intuición de que, cuanto más lejos llegara, más posibilidades tenía de encontrar algo. Sigo sin lograr saber de qué se trata ese «algo». Cuando llegaba a un lugar de atención, me bajaba de la bicicleta y lo recorría a pie, mirando todo, registrando en la memoria infantil los detalles: la forma de las casas, la luz, los árboles, grafitis en los muros, habitantes. Este juego solitario de mi niñez nunca dejó de excitarme. Siempre buscando la forma de sentirme extranjero. Augusto me dijo una vez, mientras tomábamos cachaça en su taller: transitar es fácil, lo difícil es quedarse y darle sentido a un lugar