Sea lo que quiera lo que estemos mirando, imagino que está siempre próximo. Cuando yo era niño tenía la idea de que el cielo o el país de las hadas, o como quiera que yo le llamase, estaba inmediatamente detrás de mi espalda y que por eso era por lo que yo no podía lograr nunca verlo, por de prisa que me volviese para tomarlo por sorpresa. Tenía la noción de un hombre perpetuamente girando sobre un pie, como una peonza, en el esfuerzo por encontrar aquel mundo colocado a su espalda, que continuamente se le escapaba. Quizá por eso el mundo da vueltas. Quizá el mundo está siempre intentando mirar por encima de su hombro y atrapar al mundo que siempre se le escapa y sin el cual, no obstante, no puede ser él mismo.
En todo caso, como ya he dicho, creo que debemos concebir siempre aquello que es la meta de todos nuestros esfuerzos, como una cosa que de algún raro modo está cerca. La ciencia pondera aparatosamente la distancia de sus estrellas, lo terriblemente remoto de las cosas de las que tiene que hablar. Pero la poesía y la religión insisten siempre en la proximidad, en la casi amenazadora cercanía de las cosas que les conciernen.