Nuestra civilización ha decidido, y ha decidido muy justamente, que determinar la culpabilidad o la inocencia de los hombres es cosa demasiado importante para confiarla a peritos especialistas. Pide luz sobre ese terrible asunto, busca hombres que no sepan de Derecho más que yo, pero que puedan sentir las cosas que yo he sentido en los bancos de los jurados. Cuando desea catalogar una biblioteca o descubrir el sistema solar o cualquiera otra menudencia por el estilo, utiliza sus especialistas. Pero cuando desea que se haga algo realmente serio reúne doce hombres reclutados entre los más sencillos y corrientes que andan por ahí. Esto mismo lo hizo, si no recuerdo mal, el Fundador del Cristianismo.