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Roberto Calasso

La literatura y los dioses

Premio Formentor
Calasso es uno de los nombres esenciales de la literatura europea de nuestros días, gracias a su capacidad para atravesar los géneros sin perder fidelidad a la fascinación y profundidad de su pensamiento ni a las características más puras de cada uno. En Las bodas de CadmoHarmoníaKa convirtió en geniales narraciones las mitologías europea e india respectivamente, exhibiéndolas al mismo tiempo como dos poderosas cosmogonías complementarias y suficientes para explicar la historia esencial, si no de la humanidad, sí al menos de lo humano. Pero ¿cómo explicar lo humano sin referencia a lo divino? Sin abandonar esa línea de investigación, y como el elemento químico que faltaba para cuajar su imprescindible fórmula, Roberto Calasso aborda ahora el ensayo literario para completar su exploración.
En las ocho conferencias que componen La literatura y los dioses, pronunciadas en 2000 en el marco de las muy selectas Weidenfeld Lectures de la Universidad de Oxford, Calasso ejecuta un doble movimiento: por un lado dibuja nítidamente, con esa capacidad que sólo tienen los grandes filólogos y los eximios ensayistas, el eje fundamental de la poesía europea desde el romanticismo alemán hasta el simbolismo francés. Por otro lado, con magistrales toques de aguda interpretación, va mostrando cómo, en una determinada carta de Hölderlin en la que refiere un viaje a Burdeos, en uno de los artículos menos conocidos de Baudelaire, en la ferocidad del Maldoror de Lautréamont, en un casi impenetrable soneto de Mallarmé, los dioses paganos reaparecen en el mundo, cifrados esta vez en lo más perdurable de la literatura moderna. En su propio ensimismamiento, su irreductible ironía, en su capacidad de volverse «literatura absoluta», como Calasso la define, el gran ciclo poético –que se abre con el Athenaeum de Friedrich Schlegel y Novalis y se cierra con la «crisis del verso» anunciada por Mallarmé— abre la puerta, sutil pero definitiva, al regreso de Zeus, Apolo y las ninfas; y también de Agni, Prajapati y Krsna.
La alta tutela de Nietzche y la originalidad conceptual de Jung guían estas auténticas lecciones de cómo las más poderosa interpretación puede abrir nuevos e irrenunciables caminos allí donde la lectura académica no ha dejado de repetir lo mismo a lo largo de los dos últimos siglos.
167 printed pages
Original publication
2002
Publication year
2002
Translator
Edgardo Dobry
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Quotes

  • Adal Cortezhas quoted9 days ago
    ¿De qué hablan los escritores cuando nombran a los dioses? Si esos nombres no pertenecen a un culto –ni siquiera a ese culto traslaticio que es la retórica–, ¿cuál es su modo de existencia? «Los dioses se han vuelto enfermedades», escribió Jung, con luminosa ferocidad.
  • Adal Cortezhas quoted9 days ago
    Todo lo que existe está compenetrado por dos potencias invisibles –«mente», manas, y «palabra», vāc–, pareja de gemelos que tienen la característica de ser al mismo tiempo «igual», samāna, y «distinta», nānā. La obra ritual –es decir, cualquier obra– consiste, en primer término, en impedir que esta característica se anule en la pura indistinción. Por eso a «mente» y a «palabra» se asignan utensilios rituales ligeramente distintos: para una se deberá usar un cucharón, para la otra una cuchara de madera con el mango curvo. Deben ofrecerse dos libaciones distintas, que «son mente y palabra: por eso él separa mente y palabra la una de la otra; y así mente y palabra, a pesar de ser iguales, samāna, son sin embargo distintas, nānā». Hay empero un aspecto bajo el cual mente y palabra divergen drásticamente: la extensión. «Mente es mucho más ilimitada y palabra es mucho más limitada». Estas dos entidades pertenecen a dos niveles distintos de aquello que es, pero para actuar con eficacia deben aparearse, uncirse. Por sí solas, mente y palabra son impotentes, o al menos insuficientes para transportar la ofrenda hasta los dioses. El caballo de la mente debe dejarse enjaezar con la palabra, con los metros; de otra forma se perdería.
  • Adal Cortezhas quoted10 days ago
    Al final, Hölderlin ya no teoriza. Si precisa emitir un juicio, escribe que algo es «prächtig», «espléndido»: la «vida» misma, o también el «cielo». No tiene más ambición que observar y nombrar a la naturaleza en sus manifestaciones más comunes, a veces también en las más raras. Como los cometas: «¿Quisiera yo ser un cometa? Es posible. Porque tienen la velocidad de los pájaros; florecen del fuego y son por su pureza como niños. La naturaleza del hombre no puede atreverse a desear algo más grande.»

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